jueves, 7 de septiembre de 2023

Poema nostalgico del siglo XXIV

me cuesta hallar el signo
para decirte
en pocas palabras
soy un tipo distorsionado, a pedazos
pedazos de la voz
sirve de algo? describir la sensación de estómago aprisionado
py'a rasy, entrañas en esguince,
porque solo el gesto
de no poder atravesar una puerta
o enfrentar tu mirada
o abrazarte
con una certeza lejana sin nombre o desconcierto
qué pensás si te digo el mundo
es tan grande que la vida
no alcanza para
sufrirlo
qué pensás si te pregunto otras cosas,
a dónde me ves llegar, qué pensás de mí
realmente, qué espero yo de tu boca
cuáles son mi temores?
desalojado, sin centro, desabrazado, sin piel
qué piensa el cosmos fuera de unas líneas,
los animales que dejé morir
las bestias que dejé
mi viejo oficio de pasar el cuchillo y sentir la carne
que se me abría en dos
o apenas el zumbido del caucho
en la espalda del camino
y si me dejo llevar?
mi niño lucha entre telones
sonríe sonroja corre, anula
el vacío, me cruza el aire
crece



Poema bélico del Siglo XIX

I

pasa la nube
baja
una mochila de pájaros abiertos
la boba huella de sus alas
el sabor del azul profundo pasa
un cartón aéreo preso entre la herida
el baño de luz y parpadeo
tamaño de mi boca
tu corazón tu pie tu aliento
destella, de metal
el lodo hundido

las hendijas del planeta
trepado a las hojas

II

Cerro Corá de noche
alguien canta al mundo
su voz trepada a los árboles
y nadie escucha

está con el mundo
sola

domingo, 7 de marzo de 2021

Aire postizo

 Se cuenta que no desconocía las razones por las que muy pronto lo llevarían a juicio. Sí desconocía, como desconoce casi todo el mundo, los mecanismos de la justicia y la jerga judicial. Que cuando la jueza, o la fiscal, le preguntó por qué mató al carnicero, él no supo responder. No porque no supiera responder, sino porque tenía la impresión de que la pregunta estaba formulada de manera tal que él tuviese que necesariamente pisar el palito. Que era una pregunta cama, no se formulaba como lo hace quien pregunta por curiosidad, tenía tentáculos y garras multiformes, era una pregunta monocorde pero polifónica, decía muchas cosas a la vez pero admitía sólo una clave. Que era una pregunta cicuta, de beber y morir, más allá del desconocimiento que él tuviese de la cicuta pero no de los cócteles de insecticidas. Era una pregunta laberíntica que sólo podía haber brotado de una esfinge, un minotauro, una hipótesis cuántica. No responderla era más un acto de prudencia que de suspicacia. Que ella, fiscal, jueza, abogada o presidenta, repitió la pregunta como quien reformula el teorema. Él, sin absolución posible, sabía que la única alternativa, la culpabilidad -un modo de la culpabilidad-, no era irrevocable, pero sí una imposición dictada. Y el dictado provenía de ella, de la pregunta, interrogante-susurro que le apretaba fuerte las bolas y lo atraía hacia sus caderas. Una pregunta por un sí complejo pero categórico, un maridaje con la culpabilidad (ya que la culpa, no hay que negarlo, la tenía). Que él no tenía abogado, parece que no quiso o no supo que le correspondía o no supo cómo saber. Sí, él mató, podía admitirlo sin abogado. Él mismo salió de la carnicería lleno de sangre, cabeza erguida, y era lo más normal, dicen. Pero no podía responder esa pregunta que comenzaba a acariciarle la espalda y respirarle detrás del oído. Que pidió agua, fláccido como estaba. Que la inquisidora no comprendió, o no quiso. Nunca vino el agua. Sí vino un agente, calado de azul y con las esposas colgando del cinto. Pero no venía con ánimo represivo. Que habló con la mujer, no gesticulaban, apenas movían labios, cabezas y manos. Que oyó cómo hablaban de él, o no. La esfinge se frotaba de vez en cuando el portasenos. El agente lo miraba de cabo a rabo. Era gringo pero fiero, el agente. Algo dijeron, de nuevo, los conjurados. Se dice que habló la jueza o lo que fuere, y nada. Volvió a pedir agua. Que hizo gesto con la mano, con el puño semicerrado como de artrosis, lo agitó frente a su boca como quien escabia o acomete una felación. El agente miró entumecido el acting. Agua. Dijo la mujer tras el escritorio, tenía un lápiz que hacía bailar para aceitar las neuronas. Que pasó un tercio de eternidad mientras volvía a desplegar sus preguntas como lonas de acoplado. Que se oían como chillidos de rata bajo esa lona. Llegó el agua, vaso descartable, apenas para mojar los labios. Que miró el agua, miró al agente, que todavía tenía las uñas sucias. Que miró a la esfinge de pechos cubiertos. Que el hombre bebió sin emitir sonido, como mamando del rocío. La leonina figura agitó su cabeza, le brillaban los lentes. Miró algo en el celular. Se dice que apretó unas cuantas veces el cristal. Llamó o le llamaron con modo vibrador. Que volvió a hablar, que su timbre nasal y faraónico parecía incomodar al agente. Porque parecía que le habló algo, una orden nueva. Que salió y volvió, acompañado. Los agentes se multiplican como moscas, o como langostas, pensaba el hombre, o parecía que pensaba, cuentan. El otro sí le sacó las esposas. Sabía usarlas. Tal vez mejor que el arma. Se dice que le mandó los brazos para atrás y volvió a ajustar y que no vio o hizo que no vio la cicatriz de la cirugía. Tenía los borcegos muy gastados, no ganaba ni para el betún. Dijo algo más, la jueza. Dicen que el agente lo empujó hacia afuera, justo cuando ella corregía al otro que no, no es inglés. Y por la facha, o es turco o es indio de la india.

Tataykua

 Necesito un hogar, un espacio que sea mi patria
que me restituya la memoria diluida entre códigos
que me traiga una música,
a donde me lleve el aroma de tormenta cerca
necesito un lugar que no esté sofocado,
que no sea mi condición de intruso en el mundo
necesito un hogar, lloro por él, por ese ausente cartográfico
donde puedo echar raíces y mostrar la hospitalidad
no una propiedad, no un dominio, un montón de brasa
donde echar mi corazón
una burbuja de arte, de ansío gozar el cosmos
quiero esa coordenada inédita, la baldosa tersa
aquél que me impido ser, tener, sentir,
para mí, necesito lo que no puedo

domingo, 3 de junio de 2018

Sy

que una mañana cualquiera
como eran todas, ella
me raptaba sencillamente del sueño
índice y pulgar
la mano atenazada sobre el dedo mayor del pie
y cielo
mamá
con un gesto mínimo y perenne
me hilaba al mundo
con el cordón de su brazo
cielo
me raptaba del teorema
confuso
de la nebulosa continua
me invocaba en una voz
evocaba con un signo
cielo
mi regreso
y yo, ya senil o cercenado
tendré décadas hachazos sobre los hombros
y aunque el cuerpo a tierra,
derrotado:
cielo


sábado, 2 de junio de 2018

Hambre


la providencia es para los animales
ellos conocen los vaciaderos
las presas del monte
cada madriguera entre los arbustos
su olfato ha memorizado un mapa
de la caza y la rapiña
no conocen el hambre

Lomo

elijo una herramienta cualquiera
no la mano, no el simple empeine quebradizo
elijo por ejemplo
un hacha
un machete
una macana sólida
elijo
una parte lábil de la bestia
refloto una furia cualquiera
sitúo en la caldera neurótica un rencor
elijo una hora del día
una temporada
una intensidad de golpe, no mortal
por mi sangre
corre por mi sangre
la educación de las bestias
me sé de ácida hemoglobina 
por mi bestia corre
la educación de sangre