sábado, 6 de noviembre de 2010

Rompecabezas (fragmento)

Barrientos hace preguntas que revientan de obviedad pero el narrador se escabulle, la revoltija de gente descuartiza el grupito de curiosos sin objeto que formaran ellos tres hace un momento y cada extremidad de ese cuerpo seccionado se aleja a las zambullidas entre el latido de todo ese murmullo circundante, y ahora, y luego, y pero se pierden de vista unos de otros, y el narrador, que todo lo ve, también pierde los ojos entre el mar de papelitos destrozados de diarios y serpentinas celestes y blancas y globos y cornetas y más papeles y boletas y parlantes y pisotones y desmayos y repeticiones y balbuceos enfervorecidos, sin otro respiro que el de ahora, justamente, que ha cortado el movimiento porque Barrientos ve algo a lo lejos, hombres disfrazados de personas, espaldas enormes como sus sacos del tamaño de remolcadores comunes y corrientes y acoplados comunes y corrientes, para arrear gente los feriados, los fines de semanas, fines del año y del mundo, fiestas patrias y patronales, juergas y matanzas masivas, excusa de ejercicio –en suma- para sus brazos, anchos del tamaño de un hombre capaz de levantarse decenas de solteronas obesas; eso que ve a lo lejos y se detiene, hombrones disfrazados de persona de clase media medianita, casa de chapa cartón pero dvd y antena satelital y aliento famélico exhalado a la vereda previo derrumbarse la puerta y todas las gargantas de su familia que borbotean de sed. El aire le zumba hasta en las narices y él patea, codea, cabecea, y lo cabecean, codean y patean como estimulándolo, y así bombea el cuerpo avivado y enfermizo de la muchedumbre. Porque toda esta gente que está ahí, viva y enferma, que tiene los oídos perforados y endulzados, y los ojos inyectados en gestos sugestivos de amor y fuerza, pisa sólo donde hay suelo besado, y se alimenta sólo de aquello que le encajan medio besado, porque la vida para toda esa gente es un beso, sea cual fuere aquella dentadura que tiene en el fondo el beso, signifique lo que significare aquella boca que estira sus labios a esta herrumbre de pueblo, porque, también, es una multitud de amor y multitud que ama, y Barrientos sabe que la totalidad de esos pares de manos removiéndose en aplausos, pronto –quizá mañana- querrá decidir tomar la muerte y regalársela a su propio cuerpo.

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